Palabras

La palabra equivocada, la frase equivocada. Releés lo que acabás de escribir y no podés entender cómo hiciste para irte de tu mente durante unos segundos y dejar que alguien completamente ajeno a vos interfiera en tu cerebro y guíe a tu mano para formar esa cadena de letras que te ata tan lejos de lo que querías decir.
Agregás una palabra, la tachás con una línea simple, te arrepentís y la volvés a escribir. No. Así tampoco. Tachás de nuevo. Repetís tres veces el ritual de la palabra tachada dos veces, o incluso lo repetís cuatro veces (generalmente con palabras distintas). Seis o incluso ocho veces tachás con una línea simple la palabra que creías salvadora. O a veces, como ahora, vas en círculos y escribís dos oraciones que dan la misma información de una forma distinta, o no tan distinta. O escribís algo que te aleja del tema principal y te obliga a subir un par de renglones para volver a decir que tachás, tres veces, una palabra, dos veces. Te olvidás el sentido inicial de la oración que nunca alcanzó tus expectativas, y de repente tachás todo, TODO, lo que habías escrito, no con una línea simple, sino rayando desprolijamente la hoja.
Todo esto puede pasar mientras escribís una Constitución Nacional, un libro, o la simple oración : "La palabra equivocada, la frase equivocada". Ahi te pones a pensar que en realidad el término apropiado sería, en vez de "equivocada", "incorrecta". Entonces tachás "equivocada", y escribís arriba, en letra chiquita y desprolija, "incorrecta". La mirás y la tachás. Y si se siguiera el orden de siempre terminarías tachando todo lo que escribiste, desde el primer "la", hasta la última palabra, que casualmente es "palabra". Y de todo lo que escribiste, nadie leería una palabra.