17.12.09

Chau 2009

Estoy de vacaciones y creo que este año terminar con todo se sintió mucho mejor de lo que jamás se había sentido.

8.10.09

Semana puta

- ¿Querés otro plato de TPs?
- Sí, te agradezco, el plato de Tchaicovsky del lunes estaba buenísimo, tanto que creo que lo voy a repetir.


(quiero dormir)

17.7.09

(







Todo este todo es un paréntesis en medio de una oración en medio de un libro que siempre se sigue escribiendo, y que nunca, absolutamente nunca llegaremos a leer.







)

11.7.09

Blanco y negro


A veces son tan distintos que me los confundo
. Pero los martes y los domingos se parecen tanto que me los confundo. El blanco y el negro, la luz y la sombra, la lámpara y vos, la lamparita y tus ojos, el cable y tus venas, el cobre y la sangre, lo indivisible y lo indivisible, lo mismo, todo.

9.7.09

Tal vez

Si supiera qué es esto, si pudiera ponerlo en palabras, tal vez todo sería más fácil. Tal vez podría moldearlo, amasarlo hasta que sea algo útil, beneficioso. O hacerlo mierda contra una pared, destrozarlo, gritar y patear hasta que no quede nada, aunque posiblemente esto sea la nada: toda esta putísima mierda llenándolo todo con su vacío.
O tal vez todo sería más difícil, cómo saberlo si nunca se llega a la verdadera cima, si los escalones llueven sobre la escalera, si estoy subiendo hace años esta montaña rusa, si el vértigo me asfixia y pega mis piernas al suelo. Tal vez la próxima duda sea tan grande que no entre en mi cuerpo y rompa mi piel y mis músculos con una fuerza descomunal. Tal vez.

16.6.09

La realidad

A veces me pregunto qué es la realidad.
Es un interrogante bastante frecuente en mi mente latente y carente de dientes, realmente. Y sobre la primera oración había pensado en escribir un texto, lo que sería algo así como tejer un tapiz con la lana que saco de mis orejas (aunque en ocasiones también sale por mi boca, causándome una tos seca y molesta que deja mi garganta irritada por horas). Pero poniendo cuestiones textiles a un lado, me di cuenta que esta pregunta tan común en mi cabeza inquieta y desdentada realmente no es nada fácil de contestar. Trayendo nuevamente lo textil a colación, podría decirse de mí que en ciertas ocasiones hay demasiados ovillos de lana en mi cavidad craneal, de modo tal que (empujado por la necesidad de alivianar carga) vuelco todos los colores sobre el telar de forma desprolija y desorganizada. Tampoco me sorprendería escuchar (menos aún en alguno de los pasillos neuronales, dónde frecuentemente se habla al respecto, y (debo aclararlo) sin mentiras ni exageraciones) que en otras ciertas ocasiones, no puedo encontrar un solo centímetro de lana, de ningún color.
Y en otras ciertas ocasiones me pregunto qué es la realidad, y aunque después tire la idea a la basura, suelo contestarme que la realidad no existe como algo objetivo.

8.6.09

La ciudad

Hierve la sangre a fuego lento, y los vapores suben, suben hasta el cielo, tiñen las nubes de escarlata, llueve pólvora, caminamos y respiramos, nos llenamos de nuestra propia sangre, y solo falta una chispa, esa chispa, para que el aire se rompa como un papel y el agua corra libre por la ciudad destruyendo los cimientos, las columnas, las paredes y el monumento al gran dictador, que se ríe porque sabe que eso no va a pasar, porque hace tiempo escondió el fuego y nos llenó de cemento frío y gris, indiferente.

13.4.09

Las Palabras

Las primeras veces no le di importancia, solo seguí caminando, ignorando ritmos sutiles que apenas destacaban entre la melodía de caños de escape. Pero unos días más tarde la situación se hizo preocupante: las palabras peleaban por escaparse de mí, luchaban desesperadas contra mi voluntad de no decir nada, de seguir caminando. Se retorcían en mi interior, y el movimiento insoportable me enloquecía.

Tuve que matarlas. Una noche sin luna las enterré en un lugar sin nombre, bajo un árbol sin hojas: ritual sin ningún tipo de misticismo, cobardía sin tapujos.

Pero volvieron, entraron nuevamente por la puerta de atrás de mi cabeza, que ¿accidentalmente? había dejado mal cerrada. Esta vez eran más, y habían aprendido a ser inmortales, indestructibles. Gritaban y pateaban, me mordían, me atacaban en sueños, ensueños y pesadillas, de día, de noche, de nada.

Tuve que esconderlas. Con un esfuerzo enorme las empujé y las aplasté dentro de una habitación roja muy pequeña, asfixiante, sin ventanas. Trabé la puerta con tablas de pensamientos y cajas de recuerdos, y por un instante creí que había ganado.

¿Hace falta decir que volvieron? La puerta no resistió los embates furiosos de las cautivas, la madera crujió, gimió y se astilló, y las astillas se clavaron en las tablas y en las cajas, que un momento después se vieron aplastadas por una horda de palabras armadas, furiosas.

Intenté quemarlas, pero el humo que salía de las letras quemadas pronto me ahogó. Caí al suelo, a la inconsciencia, y en ese trayecto hasta las baldosas pude ver una fiesta obscena, grotesca: las palabras bailaban y festejaban dentro del fuego.
La guerra había terminado y era hora de tomar la ciudad.

12.3.09

Ataduras

Hice todo lo posible para enredarme. Giré sobre mi mismo, salté, caminé, pase mis piernas por debajo de mis brazos, mis brazos por abajo de tus piernas, y tus piernas las até lo más fuerte que pude; energía cinética en altas cantidades, falta de sentido común alarmante, intentos de autoconvencimiento que funcionaron por un tiempo. Esperaba que la textura rugosa de tus cuerdas me raspara, que las espinas de tus ramas se clavaran en mi piel, dejando marcas difíciles de borrar, inyectándome su salvia, refrescante en mis heridas. Creo que quería ocultar viejas cicatrices, cortando sobre lo que ya había sido cortado, con la esperanza de que la piel tomara un color distinto a ese azul oscuro que invadía mi cerebro, como un narcótico.
Pero no. Tus cuerdas eran demasiado suaves, tus ramas no tenían espinas, y los nudos que hice se deshicieron, blandos. Solo puedo seguir caminando, intentando encontrar una soga capaz de apretarme hasta el olvido.

14.2.09

Catarsis

Las palabras salían, una atrás de la otra, otra atrás de la última, una más. Sin sentido, sin dirección, empujadas por una fuerza incomprensible, presionando la tinta dentro del cartucho, presionando la punta de la lapicera sobre las hojas que dejaban de estar en blanco, una atrás de la otra, otra atrás de la última, una más.
Con las palabras me abandonaba algo mucho más importante que letras y sílabas: era una parte de mí, o en realidad, más que una parte, miles de pequeñas partes que se aliaban contra mí para formar algo mucho mayor, casi un todo. Me vaciaba.
La falta (o exceso) de sentido de lo que escribía me asustaba, mi sangre en la hoja solo atinaba a formar palabras inconexas entre sí, y comprender de ese modo mi interior era algo aterrador.
Por un momento pensé en dejar de escribir, pero comprendí que no se puede evitar lo inevitable, y seguí dejándome llevar por esa necesidad de vaciar mis venas por completo (catarsis, por fin), y verter su contenido sobre las hojas, que se teñían de rojo ante mi muerte.

4.1.09

De noche

Tic, tac, tic, tac, tic, toc. Ruido como de descuido, de no saber donde se está pisando y de luces apagadas en medio de la noche. Corazón que escucha y late más fuerte, un segundo antes de que se abran los ojos. Pupilas que se dilatan, una gota de transpiración que corre por la nuca y la espalda, tibia. Alerta.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac. No-ruido de pies descalzos bajando de la cama y apoyándose con la delicadeza de un gato sobre el parquet de madera. Uno, dos, tres pasos hasta el escritorio de caoba, uno, dos, tres tanteos hasta encontrar la manija del cajón del escritorio de caoba, solo un tanteo hasta encontrar la tijera en el cajón del escritorio de caoba.
Tic, tac, tic. Reloj que se detiene, consciente del momento. Ya no hay tiempo, ya no hay pasos, no hay tanteos, no hay alerta, solo miedo. Movimientos, noche cerrada, todo parece irreal en este limbo sin agujas ni campanas. Paranoia.